Gozo infernal.

La semana transcurre demasiado rápido 
y otra vez es fin de semana. 
Nuevamente la casa huele a ausencia y soledad.
Tanto dolor emocional no cabía en el alma 
y tuvo que esparcirse por todo el cuerpo.
Un incesante murmullo dentro de mi cabeza
 no me deja en paz. 
Amenaza con alienarme hasta la médula 
y arrancarme los ojos llenos de sal.
Se me afiebran los pensamientos que, 
como demonio de Tasmania, 
hicieron humo en mi cerebro.

¡Cuánta crueldad! ¡Cuánto masoquismo! 
Denme una píldora 
que me anestesie el alma, 
el cuerpo 
y el pensamiento. 
Ya no deseo este gozo infernal. 

Me harté de romantizar el sufrimiento. 
Vos ya no volverás. 
No quiero que vuelvas. 
Debo continuar.

Continuar. 
Sin esperar esos ojos que me recordaban que el cielo existe. 
Continuar.
Sin esperar esas manos generosas que supieron entenderme a la perfección.
Continuar.
Sin esperar esos besos que, como buen alumno, aprendieron a amar.
Continuar.
Sin esperar esa sensación de falsa paz, 
mi alivio momentáneo para tanta ansiedad.

Ahora, 
debo aprender nuevamente a ser feliz 
con mi propia compañía, de la que huyo
 espantada, como quien no se reconoce en el espejo.
 
Vamos a echarle la culpa a un viejo amor, 
por plantar la semillita de la ilusión.

Hoy toca reconstruirse.
Reconectar. 
Volver a sentir 
que vivo porque existo, 
que existo porque vivo.

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