Navidad familiar

Sentada en la mesa familiar, 

como una virgen santa:

ingenua, sumisa y obediente, 

niña bonita... aprendió a callar. 


Prisionera en el inframundo,

la atraviesan mil demonios. 

Pero, no sale ninguno:

no quiere causar un vendaval. 


Guirnaldas, luces y celofán,

villancicos, bullicio y ansiedad. 

Son fechas que a muchos dan alegría;

para ella, significan soledad. 


Atrapada en envase de mujer adulta, 

una niña quiere salir a jugar, 

recuperar la inocencia perdida, 

sin tener nada que gritar. 


Catorce lunas le han robado. 

Catorce lunas no volverán. 

 Creyendo el pasado enterrado, 

los demonios nadan en alquitrán. 


Su verdugo yace en una esquina. 

Más que cena, paisaje infernal. 

Se retuerce en el fondo una espina:

la estremece un vacío abismal. 


Se oye el murmullo de los fantasmas:

secretos, máscaras y llantos callados.

Miradas y manos de cal y canto

decoran el árbol de Navidad. 


Estrella federal se ha marchitado, 

conociendo antes de tiempo la maldad. 

A un pequeño picaflor le han arrebatado 

todo rezago de intimidad. 


-Sonríe, que te haces más vieja.

Más que vieja, muerta está. 

Atosigada y perpleja

por aromas, sensaciones... que no se van. 


Niña de ocho años, 

tu reloj ha quedado detenido. 

Si ríes o lloras, cantas o bailas, 

para ti, nada tiene sentido. 


Si mata la hidra, se paga un alto precio. 

Es momento de ser racional. 

Por favor, mi niña... guarda silencio. 

No causes vergüenza social. 


Miran al cielo estrellado 

sus ojos de azabache humedecidos. 

Al Altísimo han reprochado 

mujer haber nacido.

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