Los fantasmas que me habitan
Me acurruco en la orilla de mi cama doble,
saboreando el sonido del silencio.
La noche llega arrastrando los pies,
impregnando de sutil melancolía la espera.
Esta espera que aguarda tu llegada,
atropellando todo a su paso,
arrasando con risas,
llevándote llantos,
escribiendo historias que nunca acabarán.
Pero no ocurre. Eso no ocurre.
Y debo inventarte.
Debo traerte al presente,
a este espacio que hice a un lado mío en la cama,
con los retazos de recuerdos y desvelos que me diste,
aun sabiendo el riesgo:
el riesgo de atraparme.
Y me atrapaste,
haciéndome adicta a tu piel,
a tu sonrisa, a todo tu ser.
Me encuentro aquí,
haciendo un esfuerzo enorme por sentir
los últimos vestigios de tu perfume en el aire,
con la esperanza arraigada
de que al fin vengas a desnudarme la noche,
a arrancarme este amargo sabor de los labios.
Pero el silencio se hace perpetuo.
Por más que quiera, no se oye tu voz llamándome.
No se sienten tus manos acariciándome.
Y así me duermo, vencida por la frustración
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