Detengan el tiempo.

 Caminamos por la vida tan despojados de ropa, tan libres de ataduras, creyéndonos invencibles, incólumes al desarraigo. Ninguna tormenta puede desestabilizar nuestro velero hambriento de aventuras. Creemos que los lazos son eternos, que las personas nunca se irán de nuestro lado; y, sin embargo, de pronto nos sacude la vida. Pasan los años y vamos descubriendo lo que es añorar su fugaz abrazo, el calor de sus manos sobre nuestros hombros, sus interminables historias y las mil manías que nos sacan de quicio. Comenzamos a valorar cada minuto que transcurre a su lado, pidiendo al Altísimo extienda los hilos del tiempo. Queremos borrar las grietas de su rostro y las dolencias de su cuerpo, pintar de color su cabello besado por la luna, que la rueda del mundo se detenga en ese instante y regalarle los años que a nosotros  nos sobran.

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