Mi casa ya no es mi hogar.

Cuán penetrante es la insensibilidad del silencio 

de una casa que me hostiga, 

me persigue. 

No deja que los pensamientos fluyan en paz

hasta diluirse en la inmensidad de la noche.

Una casa que se ha convertido en mi peor enemiga.

Me amenaza con arrebatarme la cordura,

 esa poca que aún me queda.

Me acaricia por las mañanas, 

pero me golpea por las tardes,

para quitarme todo,

hasta los gritos mudos.


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